Un cuento sobre la Feria de Sevilla: "Rodeado por el sexo" de Edwin Umaña Peña

 La Feria de Sevilla es el gran evento de la legendaria ciudad andaluza, que cada año se realiza en el mes de abril, dos semanas después de terminada la Semana Santa. La capital andaluza es célebre por estas dos celebraciones, la religiosa durante la Semana Mayor, y la festiva, cuando durante dos semanas se celebra y se baila sin parar en las casetas ubicadas en la explanada del barrio Los Remedios. Sevilla, la ciudad más importante del mundo occidental durante los años gloriosos del Imperio Español, también es escenario de grandes obras de la literatura universal, en especial las escritas durante el Siglo de Oro español por genios como Miguel de Cervantes Saavedra, Lope de Vega o Tirso de Molina. Una de las más divertidas es la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo, de Cervantes, donde la ciudad es especial escenario del picaresco deambular de dos landronzuelos castellanos que llegan allí a buscarse la vida. A continuación presentamos el cuento Rodeado por el sexo, del escritor Edwin Umaña Peña, que pretende hacer un homenaje a esta gran fiesta sevillana y a su tradición literaria cervantina. 
 
 

RODEADO POR EL SEXO

 
1
 
Lo primero que hizo Joaquín en el cuarto de la pensión fue extender en la pared, a la izquierda de la ventana, un cartel que decía «Barton Fink». Lo aseguró muy bien con cinta adhesiva, luego se alejó y lo contempló: tenía una imagen en la que se veía a un hombre que se asomaba, tras una puerta, a un enorme pasillo. El hombre llevaba gafas y tenía cara de asustado. Joaquín sonrió, satisfecho, miró hacia la puerta del cuarto y se acercó. Abrió y se asomó al mohoso corredor del hostal, donde reinaba un gran silencio.
Volvió al interior de la habitación, se acercó al ventanal que daba a la calle y apartó las cortinas. Estaba en la quinta planta. Frente a él apareció una explanada poblada de casetas y toldos verdes, rojos y blancos, ordenados en cuadrícula, que formaban calles por donde mucha gente iba y venía. Las calles y casetas estaban decoradas con hilos extendidos de un lado a otro, de los que colgaban cintas y pendones con infinidad de colores. A sus oídos llegaba el débil murmullo de la intensa actividad que se desarrollaba allí abajo. Joaquín miró a lado y lado, le sorprendió la gran extensión de espacio ocupado por las casetas y la cantidad de personas que había. Al fondo, la esfera redonda y anaranjada del sol de la tarde se filtraba a través de una gigante rueda mecánica, ubicada en la parte posterior de la planicie. Al ver esto el gesto de satisfacción desapareció de su rostro.
⏤ Así que esta es la Feria de Sevilla ⏤ dijo, en voz alta.
La habitación era pequeña, a un costado tenía una cama individual con una mesa de noche, al otro costado tenía un escritorio de madera y una vieja silla, frente a la ventana. Había un armario empotrado en la pared, al lado de la cama, con una puerta de madera que se movía con dificultad. Joaquín, al notar esto mientras revisaba meticulosamente, sonrió.
⏤ Nada mejor que la austeridad para el talento de un escritor ⏤ dijo, orgulloso.
Desempacó las cosas que traía en su equipaje y las puso sobre la cama. Antes de guardar la ropa sacó del fondo de la maleta un trapo y luego envase con un atomizador, envuelto herméticamente en plástico. Sacó el envase, esparció algo de líquido en el trapo y procedió a limpiar meticulosamente el armario, la cama y el escritorio. La habitación se llenó de un intenso olor a lavanda. Joaquín abrió la ventana para que entrara aire fresco, al asomarse recibió una ráfaga de viento que revolvió la habitación y, entró, rotundo, el bullicio de la Feria de Sevilla. Joaquín cerró los ojos y aspiró, las voces de la gente en conjunto formaban un hormigueo sonoro que se mezclaba con las guitarras, palmas y cantos de las canciones que sonaban en las casetas. Así se quedó un instante, intentó sonreír pero la mezcla de sonidos no lo dejó concentrarse. Luego retomó su labor. En el guardarropa colgó las camisas y los pantalones en el orden de siempre, ubicó los zapatos en la parte inferior, meticulosamente alineados, en una cajonera puso los calcetines y la ropa interior especificados para cada día de la semana.
Luego procedió a sacar, del fondo de la maleta, tres libros que colocó con sumo cuidado sobre el escritorio. Al hacerlo, los acarició uno a uno, repasó las solapas con las 70 manos una y otra vez y los abrió al azar. Leyó en silencio los fragmentos que el albur puso frente a él, luego, sonriendo, los formó en estricto orden de importancia al costado derecho del escritorio: primero, Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes, después El lazarillo de Tormes, y por último Nietzsche, biografía completa.
Finalmente ejecutó la ceremonia que más deseaba hacer realidad desde hacía mucho tiempo. La representación con la que soñaba desde meses atrás, mientras escuchaba a los adolescentes a los que daba clases de literatura latinoamericana en Madrid, quienes, cuando les daba la espalda para escribir en la pizarra, le decían sudaca o «machu pichu». Joaquín sentía que sus alumnos lo irrespetaban y se burlaban de él por su acento bogotano, además de aprender poco o casi nada del barroco hispanoamericano o del modernismo de Rubén Darío.
⏤ No quiero perder los días de mi vida enseñando algo que a los chavales españoles de hoy, con tantas pantallas y aparatos
ultramodernos, no les va a interesar ⏤ dijo a doña Encarna el día que decidió renunciar a su trabajo en el Instituto Rey Juan Carlos I, un colegio privado madrileño ⏤. Mi destino es Sevilla, doña Encarna, la ciudad donde nació la mayor obra literaria de nuestro hermoso idioma español, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Me iré al lugar donde el gran, el inmortal, don Miguel de Cervantes concibió y esbozó los primeros trazos de su obra maestra ⏤ dijo, con solemnidad, antes de despedirse.
Doña Encarna, que lo escuchaba emocionada, se puso de pie y lo abrazó.
⏤ Anda hijo, ¡qué bonito habláis en las Américas! Te lo mereces, que tengas suerte. No te dejes amilanar por la ignorancia de los chavales de hoy en día.
Días después, en la habitación de la pensión, la ceremonia, mil veces pensada, se realizó de forma simple y silenciosa: Joaquín sacó el ordenador de su estuche y lo puso sobre el escritorio en exacto alineamiento frente a la silla. Luego se sentó frente al gran ventanal, abrió la pantalla, encendió el aparato y, mientras esperaba que el texto apareciera frente a él, suspiró aliviado.
⏤ Ahora sí, este es el lugar que me merezco y que a esos culicagados les den por culo.
 
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2
 
En la pantalla se leía un título que decía: «Especificidad de Nietzsche: un hombre rodeado de sonido y furia en la sociedad contemporánea». Las palabras fueron surgiendo y Joaquín las recitaba con orgullo mientras las escribía:
Las ratas tras la flauta, que la defenestración heroica de Nietzsche puso en evidencia...
El arranque de inspiración pareció comenzar, limpio, diáfano, directo. Las primeras frases surgieron como deslizándose por un tobogán, sin obstáculos, desde el fondo de su conciencia hasta la punta de su lengua, para lanzarse al mundo a través de sus dedos y quedar retratadas en la pantalla del ordenador:
...y señaló como repugnantes babosas que en maloliente festín se revuelcan sobre la rosa, se han sublevado contra su verdugo y han devenido nefando verdugo del heroico verdugo.
La siguiente frase estuvo a punto de salir pero se atoró en la última neurona. Joaquín tuvo un fugaz momento de mente en blanco y eso lo sacó de la autopista de palabras. Escuchó, tenuemente, un bullicio que venía de la calle, risas de hombres y mujeres. Cerró los ojos y volvió a la concentración.
En un estado de sublevación que conmocionaría al emérito de Basilea, cuyo doloroso y desgarrador legado ha quedado relegado a soliloquios de inveterados y descontinuados exégetas, representantes de decadentes generaciones de eruditos, promotores de la envidia y la mediocridad que no estuvieron a la altura de su casi contemporáneo, cuyos luminosos ecos llegan como ondas sordas a los oídos de nuestra subvertida juventud.
Joaquín se detuvo, leyó lo que había escrito y lo borró. Los gritos de la calle aumentaron. Notó que llegaban con potencia a sus oídos, en especial las voces femeninas.
⏤ ¡Cómo grita la gente en esta ciudad! ⏤ dijo, entre dientes.
Tomó aire y se inclinó sobre el teclado. Cerró los ojos. Con la punta de la lengua humedeció los dedos y se dispuso a escribir. Expulsó el aire, volvió a llenar los pulmones con la ilusión de que en aquella nueva bocanada habitara la inspiración creativa. Esperó.
Los dedos quietos, sin movimiento. La mente en blanco. Volvió a expulsar el aire, chasqueó la lengua. Nada, sólo el murmullo de voces que venía del fondo, que tenuemente aumentaba su intensidad. Escuchó unos pasos acercarse por el pasillo y las risas de una mujer y un hombre, luego el ruido de una puerta que se abría y cerraba de un portazo en la habitación de al lado.
⏤ ¡Necesito un auctoritas!
Tomó el libro que tenía frente a él, Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes y buscó en su interior hasta que encontró «Rinconete y Cortadillo». La lectura recayó en el momento en que Monipodio, el jefe del hampa sevillana, bendice la reconciliación amorosa entre Cariharta y Repolido, una prostituta y un rufián que pertenecen a la banda. Luego todos se ponen a cantar y a bailar usando un zapato como pandero, una escoba como guitarra y dos platos rotos como complemento sonoro. Mientras Joaquín leía al fondo se escuchaba el bullicio alegre de la Feria. Al terminar la escena abandonó el libro.
⏤ Bueno, Cervantes es Cervantes y por algo esta es la ciudad le trajo la inspiración ⏤ dijo, confiado en que la breve lectura convocaría a las musas.
Se quedó quieto, pensando intensamente para que el torrente de palabras volviera. Pero no fueron las musas las que llegaron a él sino el sonido aún más fuerte de un coro de voces, entre graves y agudas, de un grupo de chicas que conversaban casi a gritos en la calle.
Después de pensar y pensar, de ponerse de pie y dar vueltas incesantes por el cuarto, se asomó a la ventana y vio que había anochecido, ahora la explanada de casetas se había convertido en una telaraña colorida de luces que se encendían y apagaban. La enorme rueda mecánica del fondo era un círculo iluminado que giraba sin parar. Joaquín observó hacia abajo y vio al grupo de chicas, todas ataviadas con unos trajes ceñidos hasta la cintura, de los que pendían faldas con volantes, decoradas con lunares de diversos colores. Llevaban además unos peinados con moños, sostenidos con peinetas que asomaban sobre la cabeza, y abanicos que hacían juego con los vestidos. Todas estaban maquilladas de una forma que le pareció exagerada pero que recordaba a las mujeres de antaño. Frente a ellas pasó un grupo de hombres a caballo que vestían trajes oscuros y sombreros. Llevaban el cabello engominado, peinado hacia atrás, con patillas gruesas y largas. Las chicas callaron, se quedaron mirando al grupo de jinetes que cerraba con un elegante carruaje en el que iba una familia. Joaquín cambió el gesto.
⏤ ¡Las musas cervantinas! ⏤ dijo en voz alta.
La visión de las chicas y el cortejo a caballo surtió un positivo efecto y de nuevo se lanzó sobre el teclado:
En un estado de corrupción que asquearía al ínclito e invicto filósofo y que, al igual que el lúcido de Basilea, invita a las mentes juiciosas a abrazar a su caballo y llorar. La moralidad esclava ha desatado su podrida némesis.
De repente escuchó un murmullo que venía de la habitación contigua y que en un breve espacio de tiempo se apoderó de su atención.
¡Ay Pepe me encanta! Así, así, así, cómo me la comes, no pares, no pares.
¿Te gusta mi nabo guapa? ¿Quieres que te azote más duro?
¡Ay, si, si, si, me gusta, me gusta, más duro, más duro! ⏤ Se oían unos golpes como de palmadas. ⏤ ¡Ay, ay, ay!... ¡Ay Pepe así, así, ay que bien, me encanta, me encanta! ¡Eres un caballo Pepe!
Las voces se mezclaban en perfecto compás con el rechinar de la cama y el golpeteo de la madera contra la pared. Joaquín, molesto, miró de soslayo hacia el afiche que decía “Barton Fink”, tras del cual venían los sonidos, sacudió la cabeza y continuó con su escritura.
...la nesciente y burda muchedumbre posmoderna persiste en su intento de hacer del superhombre...
El ritmo de los dedos sobre las teclas parecía armonizar con el ritmo del traqueteo de la cama y las voces y jadeos.
⏤ ¡Si, si, si! ¡Dámelo todo Pepe, todo, todo!
¡Trac, trac, trac!
⏤ Ay, guapa, ¡me vas a matar!
¡Trac, trac, trac!
⏤ Todo, todo Pepe. ¡No pares!
¡Trac, trac, trac!
una mansa paloma a través de la continua y desgastante repetición
⏤ ¡Si, si, si! ¡Otra vez, otra vez, duro, duro, no pares, no pares!
¡Trac, trac, trac!
⏤ ¡Ay, ay, me muero Concha me muero!
¡Trac, trac, trac!
... y posterior perversa apropiación de su eticidad maestra. La voluntad de poder del superhombre es, ahora, una herramienta más de la putrefacta muchedumbre...
¡Aún no, sigue, sigue! ¡Dame lo que es mío guapo! ¡Me encanta Pepe, que estoque tienes ahí abajo, húndemelo todo Pepe, todo!
¡Trac, trac, trac!
⏤ ¡Te hundo el estoque y te clavo la banderilla! Ay Concha... ¡tu chocho me enloquece!
¡Trac, trac, trac!
Joaquín se puso de pie, sacudió la cabeza.
⏤ ¡No, no, no, no, no, no! ⏤ gritó.
⏤ ¡Si, si, si, si, si, si!
¡Trac, trac, trac!
⏤ ¡Ay, ay, ay, me voy!,¡que me voy!
⏤ ¡Todo, todo, todo Pepe!
Como si pudiera ver a través de la pared hacia la habitación contigua, Joaquín giró la cabeza con pudor y posó su mirada sobre el cartel. Mientras escuchaba los últimos jadeos parecía mirarse, frente a frente, con el hombre de la foto.
 
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3
 
Horas después Joaquín seguía sin avanzar. Asomado a la ventana observaba la calle llena de gente y escuchaba el bullicio del exterior, que era intenso. Voces, gritos, música, el fuerte murmullo de la gran muchedumbre, la cual ya copaba las aceras y la vía, y se dirigía hacia la entrada al recinto. Esta era una enorme puerta de casi veinte metros de alto, iluminada con luces de colores, que le recordó el portal de la ciudad del vicio donde fue a caer Pinocho por desobedecer a su padre Gepetto.
La pareja de al lado ya había abandonado la habitación y Joaquín se sentía exhausto, como si hubiera sido él uno de los protagonistas de la faena. Volvió a escuchar ruido en el pasillo. Decidió no seguir luchando contra la falta de inspiración, apagó el computador y se dispuso a salir a tomar un poco de aire.
Su cuarto estaba ubicado en la mitad del corredor. A mano izquierda había tres habitaciones y el ascensor, a mano derecha había más estancias. En esta dirección, al final, vio que la última puerta estaba abierta y de allí salía una música que le llamó la atención. Joaquín se sorprendió al escucharla, era una canción tropical que conocía, pero estaba cantada en ritmo flamenco. La canción le recordó el barrio bogotano de su infancia, el Ricaurte, y las fiestas que armaban los vecinos en plena calle. Sonrió.
Se acercó a la puerta de donde provenía la música, al asomarse y mirar dentro vio a un sujeto canoso, vestido con un elegante pantalón color azul marino, camisa rosada, zapatos negros y un pañuelo rojo al cuello. Tenía el pelo blanco, escaso pero muy bien peinado con una raya al lado. Se movía de forma incipiente y algo brusca al son de la música mientras repetía la letra:
⏤ ¡Él siempre viste de traje y ella se viste de hilo!
El sujeto se acercó a una mesa donde había un tablero de ajedrez, al lado había un bote de colonia. El hombre lo tomó, se humedeció las manos con el líquido y se lo esparció por el rostro y cabello. La habitación se llenó de un perfumado olor a azahar que llegó a las narices de Joaquín. El hombre, sin dejar de moverse al ritmo de la música, culminó su tímida coreografía cantando el coro de la canción:
⏤ ¡Ese señor no es tu papá... jajaja... jajaja!
Al ver su movimiento torpe pero gracioso Joaquín se rió, el hombre reparó en él y sonrió. Se acercó a la puerta.
⏤ ¡Adelante, adelante! ⏤ dijo⏤. Soy Gonzalo, ¡encantado! ⏤ pronunció con ánimo mientras le dio un fuerte apretón de manos.
⏤ Mucho gusto, soy Joaquín.
El hombre era uno de los huéspedes fijos de la pensión y llevaba dos años viviendo allí, desde que se jubiló como funcionario público. Tenía unos sesenta años, era de baja estatura y delgado. Tenía un cuidado bigote blanco que le marcaba la forma de los labios.
⏤ Yo renuncié a mi trabajo de profesor en Madrid y vine a esta ciudad a escribir⏤ le contó Joaquín.
⏤ ¡Un escritor colombiano, como er Gabo!...Po que alegría tener en esta planta a un nuevo vecino... y mucho más si es un artista como usted ⏤ dijo Gonzalo⏤. ¡Venga, vamos a brindar, que la ocasión lo amerita!
⏤ Se lo agradezco don Gonzalo pero yo no bebo, el alcohol afecta mi proceso creativo ⏤ dijo Joaquín.
⏤ ¡Hombre, un finito na má!, ¿no ve que hoy comienza la Feria? Y no me hable de don, llámeme Gonzalo, que Franco murió hace mucho tiempo.
⏤ ¿Hoy comienza la Feria?
⏤ Si, la Feria de Sevilla. Eso que usted ve al frente es el acontecimiento más importante que ocurre en esta ciudad, una vez al año y por unos cuantos días. ¿No ha venido usted a la feria?
⏤ No. Es mi primera vez en Sevilla y vine aquí a escribir mi primera obra y me he topado con la feria al frente.
Po déjeme decirle chaval que ha venío usted al lugar apropiado, porque Sevilla es tierra de grandes poetas y escritores. Aquí encontrará la más profunda inspiración que un artista pueda hallar en lugar alguno: las sevillanas, mujeres guapas y con temperamento, que seguramente enamorarán su corazón.
Joaquín quedó absorto ante las palabras que acababa de escuchar. No sabía bien si el hombre hablaba en serio o era una broma, pues esbozaba una sonrisa ambigua. Sin embargo se felicitó a sí mismo por la elección que había hecho al escoger aquella ciudad para su retiro creativo.
Mientras Gonzalo servía las copas Joaquín observaba la habitación. Era un poco más grande que la suya. Estaba muy ordenada, tenía una cama, una mesa con una hornilla y otra con un altar en el que había una virgen con algunas velas apagadas. Además, la mesa con el tablero de ajedrez. En la pared había afiches de grupos musicales posando con trajes que le parecieron extravagantes. Joaquín leyó los nombres que se indicaban en la parte inferior:«Los Chunguitos», «Las Chuches»,«Los Chichos». Gonzalo se acercó llevando sendas copas servidas con un licor semi-amarillento.
⏤ Tuve una novia colombiana, así que conozco bien vuestra cultura ⏤ dijo. Gonzalo le alcanzó la copa⏤. ¡Brindemos, por Sudamérica y Sevilla y por su gente guapa!
Joaquín probó el licor. Sintió que su sabor áspero y seco le incendiaba la garganta. Hizo una mueca.
⏤ ¡Manzanilla, o mejó, er Vino Fino de Jeré, la bebida de la Feria de Sevilla que embriaga de amor todos los espíritus! ⏤ dijo con orgullo Gonzalo⏤. ¡Salú!
 
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4
 
Oscuridad. De algún lugar llegó un leve rumor, como en sordina. Joaquín sintió los labios resecos y fue consciente de que la cabeza le palpitaba. Abrió un ojo, se hizo la luz. Se encontraba en la habitación, tirado en la cama, con la ropa del día anterior puesta.
Intentó recordar lo ocurrido la noche previa. Había salido con Gonzalo dispuesto a conocer la Feria de Sevilla. En su recuerdo, al cruzar la enorme puerta del recinto, las luces lo encandilaron y todo se volvió confusión.
Joaquín abrió los ojos otra vez, miró la hora, la una de la tarde.
⏤ Toda la mañana perdida ⏤ dijo en voz baja⏤. Así nunca escribirás tu obra maestra ⏤ dijo en voz alta.
Se incorporó de un salto pero el dolor de cabeza detuvo su ímpetu. ¡Pum, pum, pum!, escuchaba que sonaba dentro de su cavidad craneal.
⏤ Ese fino de Jerez es una mierda ⏤ dijo. Sentía la boca pastosa, seca, y mucha sed. Lentamente fue hacia el baño y tomó agua del grifo.
Se recostó e intentó hacer memoria de nuevo. A su mente venían, difusas, las imágenes de unos brazos y unas manos que se movían frente a él, formando arabescos, al ritmo de una música repetitiva y alegre.
⏤ ¡Vamo a bailar sevillanas! ⏤ escuchaba en su cabeza.
Entre brumas veía unos dientes blanquísimos rodeados por unos labios de piel morena. Luego tuvo la noción de que la noche anterior lo había deslumbrado el enorme portal de entrada a la Feria y la gran muchedumbre que se movía por todas partes, sonriendo y con ganas de fiesta.
Recordó que lo contagió la alegría que salía a borbotones de las casetas, decoradas con los más variados estilos, donde la gente bailaba y bebía. Reconoció la visión de las mujeres al bailar, con sus trajes largos de lunares de colores, ajustados bellamente, marcando las curvilíneas formas femeninas, mujeres por todas partes, yendo y viniendo de un lado a otro, mientras movían brazos y manos y cantaban aquellas canciones de letras graciosas. El dolor de cabeza no se iba y Joaquín entró en un leve sueño.
¡Ay, ay, ay! como un murmullo lejano.
¡Ay, ay, ay! Unos ojos negros, una cabellera azabache y una piel morena.
¡Ay, ay, ay!, dicen unas manos que giran al compás sobre la muñeca y unos dedos que lo invitan a acercarse.
¡Ay, ay, ay!
Joaquín despertó.
Los sonidos provenían de la habitación de al lado. Una nueva pareja había llegado y un nuevo coro a dos voces era la música de la tarde.
¡Ah, ah, ah! ⏤ respondía la voz masculina.
¡Ay, ay, ay! ⏤ replicaba la voz femenina.
¡Pum, pum, pum!, retumbaba su cerebro adolorido contra su cabeza. Se tapó la cara con una almohada y suspiró.
Al encender la pantalla del computador comprendió que la escritura sería difícil. El estómago le rugía por el hambre, durante el día sólo había bebido agua para expulsar el alcohol que había tomado la noche anterior. La pareja de al lado había callado y Joaquín imaginaba a los amantes retozando, felices. Algunas carcajadas se oían. Como la inspiración no aparecía volvió al recuerdo de la noche anterior. En otra imagen difusa un hombre corpulento, de traje y corbata, le cortaba el acceso a una caseta.
⏤ Esto es un lugar privado, aquí no puede entrar, no insista ⏤ le decía el hombre, con acento ecuatoriano.
⏤ ¡Venga, vamo a la caseta der pueblo, a la Pecera!... allí me esperan dos amiguitas que te van a gustar ⏤ le decía Gonzalo, que a su lado bebía otra copa de fino al tiempo que esquivaba un carruaje tirado por caballos que pasaba muy cerca.
Luego de nuevo todo era confusión en su memoria.
⏤ ¡Mierda, no me acuerdo de nada! ⏤ dijo en voz alta.
Joé, ¡vaya que te ha hecho efecto el fino, chaval! ⏤ le decía la voz de Gonzalo en su recuerdo.
Lo sacaron de la evocación los sonidos de la pareja de al lado, que reanudaban su función.
¡Ay, ay, ay!
 ¡Ah, ah, ah!
Una y otra vez.
⏤ Esto es insoportable.
Se puso de pie, salió del cuarto y se dirigió a donde Gonzalo. Lo encontró vestido con ropa deportiva, haciendo ejercicios de estiramiento.
⏤ ¡Qué pasa poeta!, ¿cómo va la poesía?
Al fondo se escuchaban los gemidos de la pareja.
⏤ No va don Gonzalo, este escándalo no me deja escribir.
⏤ Ah... el amor... ¡cómo es de inquieta la primavera! ⏤ dijo Gonzalo, haciendo un gesto de dolor por el estiramiento ⏤. No los culpes chavá, esta es la estación del polen y las feromonas.
⏤ Podrían ser un poco más discretos, en esta pensión hay más huéspedes, haciendo cosas importantes.
⏤ ¿Que puede ser más importante que er combate cuerpo a cuerpo? Es el origen de la vida, ¡er momento más sublime que podemos vivir en nuestra dolorida existencia!
Joaquín calló. La cabeza le palpitaba y no estaba preparado para un debate. Le inquietaba, además, que no recordaba con claridad lo sucedido la noche anterior.
⏤ Don Gonzalo, ¿a qué hora llegamos anoche?
Gonzalo dejó de estirar el cuerpo, lo miró y esbozó una mirada pícara.
⏤ ¿Anoche? Querrás decir esta mañana. Hasta alcanzamos a desayuná, ¿no lo recuerdas?
Joaquín tragó saliva. Con gesto compungido miró a lado y lado del pasillo y se acercó al rellano de la puerta. Habló en un tono bajo.
⏤ No muy bien don Gonzalo, ese vino que tomé ayer me sentó muy mal. Lo recuerdo todo entre nubarrones.
Po te digo que para la fiesta tienes talento. No paraste de beber y bailar. ¿Recuerdas la chavala con la que estuviste hablando?
⏤ ¿Una morena?
⏤ No. La morena no. Me refiero a la otra, una con la que estuviste bailando mucho tiempo.
Joaquín se quedó pensativo, intentando recordar.
⏤ No... no recuerdo a nadie más.
⏤ Vaya, que lástima. Se notaba que quería argo.
⏤ ¿Conmigo?
⏤ ¡Sí, con quién más! ¡No va a ser conmigo, que soy un viejo!
⏤ Perdone don Gonzalo, es que con las mujeres no soy muy bueno, por eso me sorprende.
⏤ No te preocupes. De to se aprende en esta vida. Y con las mujeres hay mucho que aprender, y más en estos tiempos tan salvajes. Ten cuidado estimado poeta.
⏤ Pero es que yo vine a Sevilla a escribir, como Cervantes. No me interesan las mujeres.
⏤ Ay poeta, lo tienes difícil. ¿Tú sabes dónde fue que Cervantes estuvo escribiendo aquí?
Joaquín lo miró intrigado.
⏤ No ⏤ dijo.
⏤ ¡En la cárcel! Y pudo hacerlo porque allí no dejaban entrar mujeres. Cervantes había vivido bastante para entonces, como pa estar encerrao escribiendo.
Gonzalo salió de la habitación, cerró la puerta y se fue trotando suavemente hasta el ascensor.
⏤ ¡Además de escribir tienes que vivir chaval! Ah, y no me digas don, que eso me hace sentir más viejo.
La puerta del ascensor se abrió, Gonzalo entró, se despidió con un ademán. Joaquín se vio sólo en el pasillo, lo acompañaban los gemidos de la pareja que retumbaban en un orgasmo final.
 
5
 
Joaquín dormía sobre el escritorio. Ya era de noche. El bullicio de la calle se escuchaba con intensidad. El cuarto, en penumbras, estaba iluminado por las luces de la Feria. Había intentado escribir en la tarde pero el malestar lo venció. Cayó en un sueño de cansancio en el que le llegaban imágenes de mujeres con trajes de lunares verdes bailando sevillanas. Hacían arabescos con las manos que él entendía como una invitación. No podía ver con claridad los rostros que lo rodeaban, tan sólo las manos, largas, de dedos delgados, moviéndose con esa gracia sevillana que parecía llamarlo desde el fondo. Joaquín en el sueño, dudaba si acercarse o no. Una voz retumbaba en algún lado y le decía: «No lo hagas, tienes que escribir». Joaquín caminó hacia las manos pero en ese momento escuchó unos golpes en la puerta y el sueño se esfumó.
Joaquín despertó, molesto se frotó la nuca, le dolía. Hizo algunos ejercicios de cuello para desentumecerlo. Los golpes se volvieron a escuchar, más fuertes.
⏤ ¿Sí?
Volvieron a tocar.
Joaquín se puso de pie y se acercó a la puerta. Abrió. Frente a él había una chica en ropa interior, algo despelucada. La chica, delgada, como de unos veinte años, morena, lo miraba con unos enormes ojos verdes. Al ver a Joaquín sonrió.
⏤ Hola ⏤ dijo ella.
⏤ Hola.
⏤ ¿Tienes un condón?
⏤ ¿Un condón?
Joaquín, se revisó los bolsillos y miró hacia su habitación. La chica se asomó también, la cama revuelta y los libros regados por el suelo, daban un aspecto muy desordenado al cuarto.
⏤ No ⏤ dijo él.
⏤ Joder, estoy sin protección.
⏤ ¿Protección contra el amor?
⏤ No se trata de amor tío, se trata de sexo ⏤ dijo ella.
⏤ Creo que va a ser difícil encontrarlos. Si me esperas mientras hago una búsqueda te los daré.
⏤ No, no puedo esperar, me arriesgaré así ⏤ dijo la chica.
Se dio vuelta y se fue corriendo en puntillas a su habitación, que estaba al otro lado del pasillo.
 
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6
 
Joaquín llegó a la caseta. En la parte superior de la entrada había un cartel que decía «La pecera», tenía el logo del Partido Comunista, la hoz y el martillo. Había mucha gente fuera, chicos y chicas con vasos en la mano que hablaban sin parar. Había un intenso olor a porros de hachís. Un hombre corpulento franqueaba el acceso; al ver a Joaquín asintió y lo dejó pasar.
La caseta estaba llena, al fondo se veía la barra, atiborrada. En las mesas la gente cantaba animada, efusiva.
⏤ ¡Ay que linda es Triana y su bandera republicana! ⏤ repetía un gran coro.
Joaquín sonrió. A empujones logró llegar a la barra. De repente escuchó un grito.
⏤ ¡Poeta!
Joaquín miró, era Gonzalo, que estaba al fondo y le hacía señas con la mano. Joaquín se alegró, se acercó a empellones. Gonzalo le acercó una copa tan pronto llegó.
⏤ ¡Bienvenido poeta! ⏤ dijo. Tenía la nariz roja.
Lo acompañaban un hombre mayor, risueño, también con la nariz roja, y dos mujeres, una parecía contemporánea de los dos hombres y la otra era más joven.
Joaquín bebió de la copa y poco a poco vio todo más colorido y escuchó la música con más nitidez. Se sentía animado, su habitual timidez desapareció.
⏤ ¿Tú eres poeta?⏤ preguntó la mujer joven.
⏤ ¡Er joven es la promesa de la poesía colombiana! ⏤ dijo Gonzalo.
⏤ Mmmm... me gustan los poetas. Encantada, me llamo Isabel ⏤ dijo la chica joven.
Se acercó y le dio dos besos, uno en cada mejilla. Joaquín sonrió.
⏤ Yo soy Viky, ⏤dijo la otra mujer, la mayor. Le dio dos besos.
⏤ Nuestro amigo llegó hace pocos días a Sevilla, está escribiendo su obra maestra ⏤ dijo Gonzalo.
⏤ Busco en esta ciudad la inspiración que encontró Cervantes cuando escribió el Quijote ⏤ dijo Joaquín con orgullo.
⏤ ¿Cervantes, tú lees a Cervantes? ⏤ dijo Isabel, sonriendo con burla, divertida.
⏤ ¡Ay, a Cervantes! ¡que aburrío! ⏤ dijo Viky⏤. ¿Ya leíste las Cincuenta sombras del rey, ese libro del que hablan por ahí?
La mujer llevaba un vestido ajustado y estaba muy animada. Se movía de un lado a otro al ritmo de la música.
⏤ ¡Ja!¡Cincuenta sombras de Grey, zopenca! ⏤ dijo Isabel.
⏤ ¡Es que esta e mu bruta! ⏤ dijo el otro hombre⏤. Hola, yo soy Rubén⏤. Le estrechó la mano a Joaquín.
⏤ ¡Po pa que te entere, que el rey aquí tiene más sombras que el Grey ese! ⏤ dijo Viky.
⏤ ¡Ay hija, aquí en España el rey tiene sol y sombra! ⏤ dijo Isabel⏤. Ese hace lo que le daa la gana.
⏤ ¡Otra que se mete con el rey! ⏤ dijo Rubén.
⏤ ¡Quillo, pues si el rey se mete con toas, toas nos metemos con el rey! ⏤ dijo Viky.
⏤ ¡Todas y todos los que estamos aquí! ⏤ dijo Gonzalo, que levantó la copa⏤. ¡Salud, por la República!
Joaquín escuchaba, decepcionado. Deseaba sostener una conversación literaria acerca de su experiencia en Sevilla. La cabeza le bullía en ideas y quería compartirlas con alguien que lo entendiera. Prefirió callar y perderse en sus pensamientos.
Mientras tanto los otros iban subiendo en intensidad. Isabel se acercó y le dio una palmada en el pecho que le alcanzó a cortar el aire.
⏤ Quillo, ¡que te entere que aquí tos somo republicanos! ⏤ le dijo ella, mirándolo fijamente a la cara. Joaquín no supo qué responder.
⏤ Tío, estamo en La Pecera, este es nuestro lugar ⏤ le dijo Rubén.
⏤ ¡Yo soy cervantino y de ahí no me muevo! ⏤ les dijo Joaquín.
⏤ ¡Bien, así me gusta quillo! ¡Ese Cervantes también fue de los nuestros! ⏤ dijo Isabel. Se le acercó de nuevo y lo abrazó.
De repente se escuchó un coro cantado por la multitud:
¡No le pegue a la negra, no, no, no, no!
Viky se animó.
⏤ Venga, ¿tú sabe bailá? ⏤ le dijo a Joaquín.
⏤ ¡Este ahí, donde tú lo ves, es también rey... pero de la pista! ⏤ gritó Gonzalo en una gran carcajada y le dio una fuerte palmada en la espalda a Joaquín.
Viky sonrió.
⏤ ¿Si? Po venga, ¡a bailar mi rey! ⏤ dijo.
Viky tomó de la mano a Joaquín y comenzaron a moverse. Joaquín cogió rápidamente el ritmo. Al ver sus movimientos ella se acercó y Joaquín la tomó de la cintura.
⏤ ¡Qué bien bailas tú, hijo!
⏤ Lo aprendí de una tía cuando era niño.
⏤ ¿De dónde eres tú?
⏤ De Bogotá, Colombia.
⏤ Ah, colombiano.
⏤ Si.
⏤ Por allá os estáis matando mucho, ¿no?
Joaquín pensó con cuidado la respuesta.
⏤ Sí, parece que estamos condenados a eso. Nietzsche dice que el hombre es malo por naturaleza.
⏤ Aquí nos matamos hace setenta años y ganaron los desgraciaos fachas.
Joaquín no supo qué decir. Los temas de política le incomodaban. Bailaron en silencio, cuando la canción se puso intensa Joaquín hizo dar unas vueltas a Viky, luego la abrazó con fuerza y siguieron bailando muy pegados. Viky sonreía.
⏤ Vosotros, los colombianos también sois muy enamorados ⏤ dijo ella⏤. La antigua novia de Gonzalo era así como tú, parecía como triste pero luego en la fiesta no había quien la parara.
Viky le seguía el ritmo a Joaquín y muy pronto fueron el centro de atracción. La gente aplaudía, los miraba moverse en círculos y dar vueltas de un lado a otro. Al final de la canción, al volver al grupo, Isabel se adelantó, abrazó con fuerza a Joaquín y le dijo al oído:
⏤ Venga tío, ¿me vas a enseñá a bailá esta noche?
Joaquín miró con sorpresa el rostro sonriente y la mirada de picardía de Isabel. Ya comenzaba a sonar otra canción. Ella lo tomó de la mano y lo llevó a la improvisada pista de baile y allí comenzaron a bailar.
 
7
 
Isabel y Joaquín estaban sentados en la barra de otra caseta, más pequeña. Las mesas estaban ocupadas pero había poca gente de pie, no estaba tan llena como la Pecera. A su lado Gonzalo, Rubén y Viky bailaban sevillanas.
⏤ ¿Y qué es lo que estás escribiendo?
⏤ Es un ensayo, se llama «Especificidad de Nietzsche: un hombre rodeado por sonido y furia en la sociedad contemporánea» ⏤ dijo Joaquín.
⏤ ¿Cómo? ¡Qué dices! ¡No ni na, tío, no te entiendo na! Venga quillo, los culturetas sois todos iguales, escribís cosas que nadie entiende sobre tonterías que a nadie le importa. ¡Escribe sobre las cosas que vive la gente, er pueblo, la injusticia, la explotación, el amor, el sexo! ⏤ dijo ella.
⏤ No sé, no sé, esto que estoy escribiendo es más profundo.
⏤ ¿Profundo? ¿Esa chorrada que solo interesa a los pedantes? Killo, te voy a decir que es lo profundo. ¿Sabes qué es lo profundo? ⏤ dijo ella, desafiante.
⏤ ¿Qué?
⏤ Mira esto, la piel, la carne, la vida, lo demás es sólo muerte ⏤ Isabel, al decir esto, se abrazaba a sí misma. Luego tomó la jarra de fino que tenía al lado y llenó dos copas de plástico⏤. Mira quillo, ¡brindemos por la vida!
Ambos levantaron las copas y las chocaron.
⏤ ¡Chinchín! ⏤ dijo Isabel.
Bebieron. Se quedaron mirando a los otros tres que se movían de un lado al otro bailando sevillanas. Mientras los veía bailar alegres, divertidos, Joaquín pensó en las palabras que acababa de escuchar. Recordó también las palabras de Viky.
⏤ Mira, acércate ⏤ dijo Isabel al tiempo que levantaba el brazo, dejando al descubierto su axila blanca, brillante y depilada.
Joaquín miró sorprendido.
⏤ Ven, huele aquí ⏤ le dijo ella.
Joaquín la miró confundido.
⏤ Aquí, er sobaco. ¡Huele!
Joaquín se acercó a su axila, aspiró y sintió el olor de su sudor. Miró a Isabel.
⏤ ¿A qué huele? ⏤ preguntó ella.
Joaquín se quedó en silencio.
⏤ ¿Tú sabe describí un olor?
⏤ Huele dulce. Pero también tiene una aspereza... exótica ⏤ dijo Joaquín.
⏤ ¿Sabes porqué el sobaco me huele así?
Joaquín se quedó en silencio, desconcertado por la pregunta.
⏤ No ⏤ respondió.
⏤ Porque hace un mes que no follo ⏤ le dijo Isabel sonriendo mientras Joaquín abría los ojos y tragaba saliva⏤. A ver, dime un poema, po-e-ta.
Joaquín pensó. De la bruma de su memoria surgió un poema.
⏤ Mira, estos versos los escribí hace mucho tiempo para alguien que no sabia quien era, pero ahora descubrí que ese alguien eres tu:
En el cielo profundo
de mis masturbaciones,
Eres el ave del deseo
que vuela irrefrenable y voraz.
Isabel se quedó pensativa, luego miró a Joaquín y sonrió.
 
8
 
Joaquín abrió los ojos. Las cortinas filtraban la luz del día. La cabeza le retumbaba de nuevo. Se dio vuelta y se encontró con la espalda desnuda de Isabel. Miró a su alrededor, todo estaba desordenado, los libros desperdigados por el suelo. Sacudió la cabeza y pensó, muchas imágenes vinieron a su mente. Una de ellas era el rostro de Gonzalo mientras le guiñaba un ojo. Recordó sus palabras, entre brumas:
⏤ ¡No te preocupes chavá, a Cervantes le pasó lo mismo!
Miró de nuevo la espalda de Isabel y escuchó su respiración. La sintió fuerte, rítmica y pausada, relajada en un sueño profundo. Sonrió. Miró al frente y se encontró con el rostro de Barton Fink, asomado a la puerta en el cartel de la pared. Se puso de pie, se acercó al escritorio, el computador estaba encendido, había una página de You Tube abierta con canciones de Las Chuches.
Joaquín se sentó frente al computador, abrió un programa y apareció una página en blanco en cuya cabecera escribió «Especificidad del sexo». Miró a la explanada a través de la ventana, se escuchaba a lo lejos una canción animada en medio de la resaca general. Joaquín miró la página en blanco y comenzó a escribir sin parar.
 
 
También en formato de audiocuento con la gran voz de William León:
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